Era ella la mujer
más hermosa que habría de caminar la faz de este inhumano mundo, jamás había
visto tal criatura andar con tal elegancia y vivaz mirar ¿El amor a primera
vista existe?-me pregunté; Sería posible que fuera una mortal, no creo haberme
maravillado tanto con una visión como aquel día…
Era un lunes por la
tarde y aún no llovía, apenas se vislumbraban unas cuantas nubes en el cielo y
yo tonto como siempre pensé que tal vez eran pasajeras, no imaginaba que ese
día sería el día en que conocería el amor, o eso creía yo.
Caminaba hacia el
parque, mí parque, el parque que tantas veces me había visto reír y llorar, el
parque que tantas veces me vio caer y levantarme, el parque que es y sería
siempre mi lugar favorito para estar, es un lugar maravilloso en el que
personas de todas las edades van y hacen lo que les plazca, un lugar tan grande
y tan hermoso que el mismo Jesucristo hubiera querido sentarse a leer allí,
eran aproximadamente las 4 de la tarde cuando la vi, me pareció imposible que
una mujer tan bella y tan sencilla a la vez pudiera estar ahí sola, sentada,
sola, leyendo uno de mis libros favoritos, ¿acaso era una señal del destino? O
¿era acaso la vida jugándome una mala pasada? Bueno, quizás ella estaba
esperando a su novio, pero ¡que digo! Esa diosa debe estar esperando a su
marido, no concibo el hecho de que tal divinidad no tenga una pareja, estaba el
mundo loco o era solo yo, nadie parecía mirarla, a nadie le importaba su
presencia.
Ella, estaba ahí
solo a dos bancas de donde me encontraba sentado, con un cigarrillo de esos
finos en su mano y pasando las hojas de Rayuela de Cortázar con la mano
izquierda, de vez en cuando me miraba, con sus ojos de miel, ¿alguna vez han
sentido que se les corta la respiración? Eso sentía yo con cada fugaz cruzada
de miradas que teníamos, mirada que hasta el son de hoy recuerdo como si
hubiera sido ayer, no sé bien si fue un impulso, no sé bien si fue un momento
de debilidad, no sé bien si fue que me desesperó el verla allí sola, pero me
levanté de la banca así como cuando sientes que alguien te empuja, a tropezones
y casi corriendo, cuando desperté de mi sueño, me vi caminando hacia ella, con
una sonrisa estúpida en mi rostro, tuve que verme como un completo desadaptado
porque ella se echó a reír, como si acabara de ver un payaso, no había visto una
sonrisa más perfecta, sus labios carnosos y tan rojos como la cereza que va
encima de una limonada, y sus dientes todos en el lugar que corresponde, y tan
blancos que las perlas del mar sentirían vergüenza; apagó su cigarrillo, me
miró de la manera más dulce que me hubieran mirado jamás, ni mi madre me daba
miradas como esa, y me dijo : “has estado mirándome desde que llegaste, ¿me
parezco a alguien que conoces?”, yo solo podía pensar en si los dioses podían
hablar con mortales ineptos como yo, me quedé sin habla, me congelé y de mi
boca solo salió un nervioso “Hola”.
Antes de poder
sentarme a su lado, comenzó a llover, inesperada y cruel lluvia, ¿no podías
esperar a que me dijera su nombre? ¿no podías aguantar tu tempestad dos minutos
más?, ella cerró su libro y me miró, -¿qué haremos ahora? Me dijo, -Pues
conozco un café cerca de… no alcancé a terminar mi oración cuando dijo- bueno
no se diga más, vamos; emprendimos nuestro recorrido, yo caminaba dos pasos
atrás de ella para admirar su caminar… ¡DIOS! ¡Su caminar! Era un andar de niña
y mujer a la vez, un andar juguetón y maduro, hermoso y despiadado, me
estaba rompiendo el corazón verla tan lejos y tan cerca de mi.
Hablamos por horas,
pudieron haber sido siglos que no lo hubiera notado, muy a menudo me perdía en
el acento de sus palabras, en su pronunciación perfecta y en su acaramelada
voz, yo hablaba poco, no quería desperdiciar tiempo en hablar de mí, cuando
podía conocer a tan espectacular criatura, y digo criatura porque si de algo
estaba seguro es que esa mujer no era de este mundo, no puede tanta
perfección caber en tan esbelto y delicado cuerpo, simplemente no puede; la
lluvia no cesaba ni un poco, pero a esas alturas el mundo se podía acabar que
moriría feliz por haber visto al menos una vez a la que soñaría con que fuera
la madre de mis hijos, su nombre era
Isabella y nunca jamás la olvidaré.
Las siete de la noche
llegaron antes de poder siquiera darle mi número, me disponía a sacar mi tarjeta
cuando la oí decir las palabras que romperían mi corazón, cual cristal que cae
de una mesa, “ya no llueve y llegaré tarde a una cita si no me marcho”, me dio
un beso en la mejilla izquierda y me prometió que volvería al parque y que
esperaba verme en la misma banca de aquel día, se echó a andar calle abajo para
tomar un taxi, lo último que vi de ella fue su larga cabellera negra y espesa
como las profundidades del mar cuando subió a su carruaje; ahora pienso que fui
muy tonto, debí haberla acompañado para al menos saber a qué lugar iba, pero
no, me quedé allí sentado, peleando con mi yo interno y preguntándome si eso
que acababa de vivir había sido una simple fantasía.
Mujer,
robaste mi alma, mi corazón, mi cuerpo y mi voz aquella tarde y yo aún te
espero sentado en la misma banca, ladrona de ilusiones vuelve, que yo aquí
te espero.